¡¡DÉJENME PASAR, SEÑORES, DÉJENME PASAR!!

Ésta fue la desgarradora súplica del Delfín Luis Carlos de apenas 7 años de edad y 10 meses, el 21 de enero de 1793, al escuchar el redoble de los tambores que anunciaban la salida de su padre el Rey Luis XVI de la prisión del Temple para emprender su camino hacia la guillotina
Apenas un día antes, había sido notificado el Rey de su condena a muerte de parte de la Asamblea provocando esto una escena dolorosísima en la que toda la familia caía en la desolación y con llanto abrazaban al Rey. La Reina María Antonieta, Madame Royale, Madame Elisabeth y Luis Carlos no podían creer que eso fuera cierto.
La votación, ilegal por cierto, de los diputados que eran 380, fue a favor de la condena a muerte del Rey; tuvo por resultado un empate pero la diferencia a favor de la pena ded muerte la hizo un solo voto.
Luis 16, demostrando un valor y una gran nobleza y un inmenso amor por su hijo, le hizo jurar al pequeño Luis Carlos que al ser adulto y de llegar a reinar, jamás tomase venganza de ninguno por su muerte. El pequeño Delfín, lo juró, en un mar de llanto y de dolor.
Más tarde, el Rey prometió que antes de ser conducido al patíbulo iría a despedirse de ellos a las 8 de la mañana.
La Reina María Antonieta, bajo el peso del dolor se dejó caer en su cama vestida. Nadie durmió. Madame Elisabeth y Madame Royale no cesaron de derramar lágrimas. Fue una noche más amarga que las anteriores, pero era el anuncio de muchas más por venir que les tenían preparadas la caterva de bestias asesinas "revolucionarias". Ese lunes, más temprano que nunca se levantaron el Delfín y Madame Royale para esperar a su padre.
La espera fue en vano. El Rey no se despidió. Él decidió no hacerlo. No hubiera podido soportar ver el estado de angustia y desesperación de su esposa, su hermana y sus hijos que quedaban desprotegidos y en manos de esa caterva de bestias. Y él sin poder hacer nada.
Al escuchar el redoble de los tambores supieron que el Rey salía, la Reina pidió a los guardias municipales permiso para bajar ella y la familia a despedirse de él y abrazarlo por última vez, a lo que contestaron esos pobres diablos con dureza y sorna que no tenían órdenes en ese respecto.
Entonces el Delfín se desprendió de los brazos de su madre y les suplicó a los guardias: “¡Déjenme pasar, señores, déjenme pasar!”A lo que le respondieron los carceleros: “¿Adónde quieres ir?” Y les responde con desesperación: “¡¡A hablarle al pueblo, a suplicarles que no hagan morir a mi padre… En el nombre de Dios, déjenme pasar!!”
En lugar de admirar la valentía y la decisión de ese pequeño niño por amor a su padre, como se espera de una persona promedio con sentimientos, esos barbajanes, apartaron con brusquedad a Luis Carlos. Y el pequeño volviendo sobre sus pasos siguió lamentándose con enorme dolor: “¡ Mi padre…mi padre!”.
Más tarde, en la celda la familia escuchó los cañonazos que avisaban espantosamente la muerte del Rey Luis XVI. Eran las 10:30 horas de esa sombría fecha.
La Familia Real, la gente de bien de Francia y el mundo quedaban sumidos en la oscuridad de la desesperanza.
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